Wilson Quintero / Bilbao / Noviembre 2007
Montacir, nació en 1982 y es el menor de 5 hermanos y 2 hermanas, que viven en Kenitra. Él es el primero en emigrar. Después de terminar sus estudios básicos, realizó un curso de carpintería durante 1 año. Al obtener su diploma, trabajo 2 años en una fábrica en la que ganaba 150 euros al mes y 230 cuando hacía horas extras. Pero él ha tenido claro desde siempre cuales han sido sus objetivos: “ayudar a mi familia y tener algún día una pequeña empresa con sede aquí y en Marruecos. Mi madre murió hace 3 años, para mí fue muy duro, pero tengo claro que ayudar a mi padre y a mis hermanos es importante para mantener su memoria viva”. Les envía mensualmente 250 euros y se mantiene con 500 euros.
En la empresa -en donde trabaja no es el único inmigrante- hace varios oficios. En navidad, por ejemplo, lo dice con cierta alegría, “estuve montando las bombillas azules en los árboles de la Gran Vía. Me gustó mucho porque me sentí parte de la felicidad de la gente y espero que este año también me toque”. En la actualidad, pinta los semáforos de la ciudad de día o de noche. Cada semana cambia de turno y esta experiencia le lleva a ver cómo la ciudad se transforma con él. “Disfruto mucho mirando todo porque puedes ser testigo de muchas cosas”-comenta-.
Su castellano aún no está en un buen nivel, pero se esfuerza por superarlo y nos comparte algunas palabras españolas de origen árabe como Alpujarra, Zaragoza, Valladolid, y se siente bien al hacerlo. Nada en el rostro de este hombre joven, cuando cuenta estas anécdotas, pareciera mentir, pues su sencillez y la frescura hacen pensar en esta inmigración nacida de un sueño que aporta a Euskadi más de lo que se piensa. “sabes que es muy difícil venir aquí para nosotros, pero la mayoría vendría a dar cosas buenas para esta sociedad. Pero, hay muchas dificultades. Por ejemplo, para el visado de turista la embajada pide tener en una cuenta 7 mil euros. Eso es imposible para un pobre que desea cambiar de vida”.
La realidad de la inmigración es dura para muchas personas y en ella analizar todo los procesos migratorios es un trabajo continuo y deberá ser participativo entre las sociedades de destino y las de acogida. Por ahora para Montacir la realidad es vivir aquí. Pinta entre 8 y 10 semáforos, en las 8 horas de trabajo, ganando a 4,5 euros la hora. Mientras su castellano mejora, sus relaciones sociales se fortalecen, esperará en esta empresa hasta que finalice su renovación del permiso de residencia y trabajo y se busque algo en donde la paga sea mejor. Nos cuenta que ha visto poco racismo, y piensa que los y las inmigrantes deberían estar más unidos. “yo creo que los y las racistas esconden la cara y a veces no saben que nosotros somos personas”.
Nos detenemos un momento mientras cambia la luz del semáforo, y con su ropa de trabajo le acompañamos hasta la estación más cercana del Metro y se despide con amabilidad. Le vemos bajar las escaleras y detrás queda una estela de color y las palabras en árabe se quedan en nuestra grabadora esperando a ser escuchadas.